viernes, 12 de abril de 2013

40 y 20

Así comienza una popular canción de José José. Esta trata sobre el amor entre un cuarentón y una veinteañera. En este caso, los 40 y los 20 a los cuales me refiero, la edad real y las expectativas de una mujer (u hombre). Es difícil entender la psique de una persona a medida que envejece. Suponemos todos que veremos llegar dignamente los años, aferrados a la realidad de las arrugas y el sobrepeso rebelde, incrustados en la ilusión de que las canas nos dan "un no se qué" interesante y en el mejor de los casos, que no nos saldrán hasta bien entrados los 60, tal es el caso de mi madre que aún a sus 63 añitos, conserva su cabellera de un muy natural y brillante azabache (herencia que no me transmitió por cierto).
Pero, en esas divagancias futuristas nuestras, siempre somos bastante benignos con nuestro físico. Nos vemos a nosotros mismos con nuestro aspecto juvenil con el aditamento de las canas en nuestro cabello largo, con una que otra arruga en la comisura de los labios y quizá en el contorno de los ojos. Pero nuestro sentido de la supervivencia no nos permite asomarnos real y crudamente a la realidad inevitable de que no serán unos finos hilos de plata, ni unos pliegues disimulables en los ojos. La verdad está más allá de todo pronóstico, cruel y desalentadora. Es constante, indetenible y abrumadoramente real: estamos envejeciendo y rápido.
Por fortuna, contamos con tecnología de punta (o como quiera que se llame lo último descubierto) que nos garantiza juventud y lozanía (en algunos casos, instantánea). Nos preguntamos que hubiesen hecho nuestros ancestros con semejante bendición cosmética al alcance. Yo tuve dos tías que hubiesen dejado de comer gustosas con tal de poder pagarse cualquier tratamiento moderno como aquellos con los que contamos hoy en día. Cuando leo las cosas que hacían antaño para lucir más jóvenes me da un respingo la espalda. Las mujeres, a lo largo de la historia, hemos hecho literalmente de todo por un poco más de lozanía... Y lo seguimos haciendo. Imagino que para nuestras nietas, estos "últimos avances de la ciencia" serán motivó de asombro y cuando menos, de risa; cuando no de espanto. Se preguntarán asombradas quien fue capaz de semejante barbarie.
Hoy almorcé con una amiga que debe tener uno o dos años más de mis 46. Delgada, esbelta, madre de 3, suegra de una y ya casi abuela. Apartando su atuendo por demás a la moda, hermoso y chic, me pase todo el almuerzo tratando de descifrar sí estaba cansada, sobresaltada, aburrida o divertida. Su perpetua expresión inexpresiva era un enigma para mi. Trate de interpretar las arrugas de su frente que suelen indicar sorpresa o incredulidad (por lo menos) el problema es que ¡no tenía ninguna! A pesar de ser una mujer agradable y de conversación fácil, termine extenuada por el esfuerzo de tratar de "leerla" a través de su permanente rictus de pescadito recién pescado, con sus abultados labios sin sombra de vello facial perfectamente delineados, sin el más mínimo asomo de una línea de fumador (fuma y mucho), esa nariz perfilada con los orificios sorprendentemente grandes para un rostro tan pequeño, sus ojos sospechosamente almendrados con pestañas que podrían provocar un huracán si parpadeara muy rápido. A riesgo de parecer exagerada, les cuento que puse atención a medias a los eventos a mi alrededor tan deslumbrada estaba por semejante juventud. Si no fuera porque con cada sonrisa había una línea tensa y azul que amenazaba con abrir la piel de su mandíbula en dos cual tela deshilachada cuando se tira muy fuerte, si no fuese por ese rostro inexpresivo y sin vida, por esos labios que de no ser porque están pegados a su boca podrían perfectamente clasificar como una subespecie de batracio... Si no fuera por esa falta total de arrugas. ¡Dios! como busque una triste arruga en ese juvenil rostro. Tal vez si no hubiese estado tan ocupada en mi casi lesbica inspección, me hubiese ocupado de lo realmente importante: el nombre y la dirección de su cirujano ¡por supuesto!

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